viernes, 28 de marzo de 2008

Dios en Creación, y Dios en Providencia

NOTA: Esta entrada es una recopilación de reflexiones escritas a lo largo de 2007. Por tanto, son anteriores a la publicación del artículo de Oliver R. Barclay en Aletheia n.º 31, 1/2007, pp. 39-52 [una publicación de la Alianza Evangélica Española], y no son una respuesta punto por punto al mismo, pero sí que aquí aporto una serie de reflexiones que dan respuesta a algunas de las cuestiones suscitadas por el mencionado autor.

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Diferencias cualitativas entre origen y operación

La detectabilidad del designio especial no excluye en absoluto un designio general en la llamada Ley Natural. Pero la Ley Natural como sistema-marco es cualitativamente distinta del sistema de ingenios e invenciones de los dispositivos de la vida, de sus mecanismos. El vasto sistema de Ley Natural es un sistema de uniformidad de causa y efecto, y constituye el marco operativo que hace que la vida biológica sea posible, aunque no necesaria; manifiesta desde luego un designio y de un propósito. Pero este sistema de operación uniforme de causa y efecto no es la causa, no puede ser el origen, del sistema informático, cibernético de la vida; del mismo modo que las leyes eléctricas, magnéticas, mecánicas que obedece un conjunto de maquinaria en sus operaciones no pueden explicar el origen de la máquina, de todos sus dispositivos —todo esto es resultado de una actividad inventiva que pertenece a otro nivel.

La información no tiene su explicación en la materia ni en la energía. La información es la expresión de un propósito que tiene el fin de plasmar este propósito en la ejecución del mismo y de comunicar información para la realización y el control de los procesos que conducen a un fin propuesto.

La clave reside en que en la cima de la jerarquía está el Propósito de un Ser que, en último término, debe ser reconocido necesariamente como Dios. Y la información es la clave de la vida y de la Revelación. Ambas proceden de Dios. Él es la fuente de la una y de la otra.

Intervención directa y providencia

El DI no pretende atribuirlo TODO a una acción directa, a una intervención directa de Dios —Dios actúa frecuentemente mediante causas secundarias. Lo que hace el DI es aportar unos instrumentos rigurosos para distinguir la acción, la plasmación, de un propósito, de un designio mediante un diseño no aparente sino real, producido de una manera inteligente (por ejemplo, la producción de unos dispositivos, de una maquinaria), en contraste con lo que se produce por la operación uniforme de causas y efectos regidos por leyes (el funcionamiento de la máquina diseñada). La cuestión que discrimina el aparato analítico (el filtro) del DI es que las propiedades del sistema NO pueden dar origen a los elementos de este mencionado sistema natural o tecnológico. Sólo cuando este sistema tiene sus componentes formados y en su lugar correspondiente (clorofila, flagelos, ribosomas, mitocondrias, etc.) se puede mantener mediante toda una serie de procesos conservadores. Pero estos procesos de operación y conservación del sistema NO pueden explicar su origen; esto exige una actividad inventiva, inteligente, FUERA del alcance de las fuerzas y leyes mediante las que funciona el sistema.

El criterio

La pregunta esencial es: ¿Se puede explicar el origen de todo el sistema de la naturaleza mediante las fuerzas que podemos observar en la actualidad? Esto es lo que se deriva de la postura ideológica —expresada por Carl Sagán en la serie Cosmos— que «el Cosmos es todo lo que jamás ha existido, existe o existirá».

Según el materialismo, los fenómenos y procesos básicos de un sistema son los mismos que le han dado origen. «Todo es materia y movimiento». El argumento de los materialistas parece ser que las propiedades del sistema explican el origen del sistema. Lo que surge más bien del examen de las fuerzas que actúan en la naturaleza, en la operación de sus sistemas que siguen una CADENA DE CAUSAS y EFECTOS en el sistema natural, es que son INCOMPETENTES y cualitativamente diferentes de lo que es necesario para ORIGINAR el mencionado sistema.

Al realizar un análisis de la realidad, lo que se observa es que las propiedades del sistema proceden del diseño del sistema. El origen de un sistema ha de ir regido por un plan deliberado, con la aplicación de una energía dirigida por una información que aplica el plan para la constitución de este sistema organizado.

Los escenarios y los actores

La física y la química son ámbitos de uniformidad de la ley de causa y efecto —en biología tenemos una magnitud añadida. Para pasar de los sistemas fisicoquímicos a sistemas biológicos se precisa de la SELECCIÓN de los componentes [concepto del demonio de Maxwell], para lo que es necesario que un agente inteligente disponga de INFORMACIÓN sobre la que actuar deliberadamente a fin de plasmar diseños DINÁMICOS —fuera del equilibrio al que tienden los sistemas fisicoquímicos, y con una necesaria complejidad especificada más allá (a) de toda posibilidad de azar o (b) de la operación uniforme de la ley natural.

Así, tenemos un entorno o escenario, un universo físico-químico donde se hace evidente una operación uniforme de causas y efectos. Y es preciso decir que este mismo universo da evidencia de diseño debido a la absoluta improbabilidad de su estructura, que exige un «ajuste fino», como queda documentado por González y Richards en el libro El Planeta Privilegiado (ver la barra lateral del blog). Pero contra el trasfondo de este universo y de estas operaciones regidas por leyes físicas y químicas, se puede detectar la operación extrínseca de una actividad informadora por la que las estructuras biológicas han adquirido formas y funciones que jamás hubieran podido adquirir por la operación uniforme de dichas leyes, sino que exigen una inteligencia seleccionadora para dicho propósito. Esta Inteligencia se hace evidente de esta forma, y esto tanto desde la intuición más directa como bajo los criterios más exigentes de análisis conceptual y matemático, como lo demuestra Dembski con su filtro para asegurar la presencia de un designio, de un propósito deliberado, en la formación de un objeto o en el acaecimiento de un acontecimiento, lo que proporciona el instrumento para distinguir rigurosamente entre un designio genuino, por una parte, y un azar posible o seguro. Ver las obras recomendadas de Dembski, y también la obra de Woodward.

La acción del azar en los sistemas químicos

«Echar los dados» en un sistema químico introducirá diferencias irrelevantes en dicho sistema químico, cambios en el mismo, pero no lo transformará hacia arriba para formar un sistema biológico integrado, lo cual pertenece a otra naturaleza ontogénica.

Echar los dados solo puede extraer la potencialidad ya existente en los dados, no puede ir más allá.

¿Y con más espacio y más tiempo?

Un ámbito más grande y un tiempo más largo pueden en teoría aumentar las probabilidades de la aparición de una hormona y de su receptor por azar —pero también significarán que su aparición por casualidad estará mucho más separada en el espacio y en el tiempo. Y desde luego se disgregarán a causa de procesos mucho más probables antes que tengan la más mínima posibilidad de encontrarse. Por tanto, el aumento teórico de los ámbitos de espacio y de tiempo no aumentarán en absoluto las probabilidades de la aparición al azar de una estructura biológica integrada.

Sobre la ciencia – su origen y rol

La ciencia había sido aquella empresa humana de estudiar las obras de Dios, esto es, el universo en su totalidad y en cada una de sus partes. Sus operaciones e interrelaciones. Sus relaciones de causa y efecto:

1) Para seguir los pensamientos de Dios después de Él,
2) Para cumplir Su mandamiento de dominio como Sus mayordomos y beneficiarios.

No se trataba en modo alguno de una búsqueda de explicaciones materialistas del origen del Universo, sino una investigación de las interrelaciones de los fenómenos del conjunto materia-energía en el universo creado y ordenado por Dios. Esta investigación ha llegado a dilucidar que el orden creado incluye materia / energía (física, química) y información / dispositivos para el tratamiento de la información (biología).

Una palabra para los cristianos
«¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió.»
(Juan 11:43-44).

Si Dios operase solo mediante procesos y leyes naturales, la resurrección sería efectivamente IMPOSIBLE, porque se trata de algo diametralmente contrario a toda la dirección de los procesos naturales. De hecho, las posturas teológicas del llamado «modernismo» y de la teología dialéctica niegan la realidad de la resurrección y los «prodigios y milagros» de las Escrituras. Como mucho, desde estas perspectivas, servirían como «mitos» didácticos, pero en absoluto se trataría de realidades sobrevenidas en el tiempo y en el espacio.

No obstante, esta postura no tiene nada de «moderna». La encontramos ya expresada en Platón, Galeno y en muchos otros filósofos naturalistas griegos.

Por ejemplo, el célebre Galeno (130-201 d.C.), se enfrentaba así de manera específica al relato del Génesis:
«Es precisamente en este punto que nuestra propia opinión y la de Platón y otros griegos que siguen el recto método de las ciencias naturales difieren de la posición adoptada por Moisés. Para este último parece suficiente declarar que simplemente Dios ordenó que la materia se estructurase en su debido orden, y que así sucedió; porque él cree que todo es posible para Dios, incluso si quisiera hacer un toro o un caballo de un montón de cenizas. Nosotros, sin embargo, no sostenemos tal cosa; decimos que ciertas cosas son de natural imposibles y que Dios ni siquiera intenta tales cosas, sino que él elige lo mejor de la posibilidad del devenir.»


Sobre la utilidad de
las partes del cuerpo,
11:14.

Pablo ya tuvo que hacer frente a todo esto, entre otros pasajes en 1 Corintios 15. El factor capital es: El poder de Dios que ha actuado en la Creación, que ha intervenido en la historia, y que se manifestará introduciendo Su reino.

Es evidente que una lectura coherente de las Escrituras lleva a rechazar el Naturalismo como concepto limitador de las acciones especiales de Dios en creación y en Sus intervenciones en la historia de la Revelación.
Santiago Escuain



Sobre la cuestión particular pero sumamente importante del estado actual de las investigaciones sobre el origen de la vida, recomendamos la lectura de El último testamento de Leslie Orgel, recién publicado.

sábado, 15 de marzo de 2008

Darwin contra Designio - trasfondo y motivos

Por lo que respecta a la controversia entre Darwin y el designio divino de la vida, se pueden observar los siguientes puntos:

1. Nadie duda de las observaciones realizadas por Darwin, y por los estudiosos de la naturaleza antes que él, respecto a los cambios en los seres vivos, ni en lo que se refiere a la descendencia con modificación. La gran cuestión atañe al alcance de estos cambios, a su significado, a la interpretación que puedan recibir.
Darwin mismo concede este punto, al decir:
«... [M]e doy cuenta perfectamente de que en este volumen apenas se discute un solo punto sobre el cual no puedan aducirse hechos que a menudo parezcan conducir a conclusiones diametralmente opuestas a aquellas a las cuales yo he llegado. Un resultado imparcial sólo puede obtenerse declarando cabalmente y sopesando los hechos y los argumentos en los dos lados de la cuestión ...»

Charles Darwin,
El Origen de las Especies
por Selección Natural,
1859.
[Ed. Zeus, Barcelona
1970, p. 18.]

2. Ahora bien, debido a circunstancias ideológicas y sociopolíticas, el ambiente general en Inglaterra y en muchos lugares de Europa anhelaba una formulación del origen y desarrollo de la vida que constituyese un apoyo racional a una filosofía bien atea, bien agnóstica, que estaba ya muy extendida. Pero los que mantenían esta postura se encontraban con el peso del argumento de la obra Teología Natural, de William Paley (1802), acerca de la evidencia de un diseño inteligente en las formas y funciones de la vida. Esto llevaba a que la filosofía atea o agnóstica se encontrase con la gran dificultad de la evidencia de designio en los seres vivos. De hecho, uno de los principales proponentes modernos del ateísmo, el profesor Richard Dawkins, dice que Darwin «hizo posible el ser un ateo intelectualmente satisfecho» (El Relojero Ciego, p. 9 de la edición inglesa.)

Nos parece que el gran atractivo de la tesis de Darwin reside, más que en el rigor de las interpretaciones que propone de cambio en el mundo de los seres vivientes, en la «liberación» que da al hombre con respecto a Dios como un Ser Real de quien depende. Por las razones que fueren, y como lo documenta Michael Denton en su obra Evolution, a Theory in Crisis, al cabo de muy pocos años el Darwinismo se había transformado desde una propuesta discutible a un dogma hegemónicamente aceptado por las clases intelectuales. Los argumentos aparentemente persuasivos de Darwin, verosímiles para el estado de conocimientos de los seres vivos y de sus relaciones en aquellos tiempos de mediados del siglo XIX (o más bien debido al gran desconocimiento que se tenía de ello, en realidad) no quedaron respaldados por una aportación de nuevos datos que llevasen a una aceptación mayoritaria de la tesis de Darwin. Más bien, existía un clima preparado para el rechazo del cristianismo, y para la aceptación de tesis materialistas y ateas, o al menos para el rechazo de todo pensamiento de un Dios personal y activo en Creación y Providencia por parte de muchos, debido a la influencia de filósofos como David Hume, y de escritores como Voltaire.

El mismo Darwin desvela ocasionalmente en su correspondencia tanto su trasfondo como sus motivos. En una carta a su hijo George dice, entre otras cosas:
«... Lyell está bien firmemente convencido de que ha sacudido la fe en el Diluvio de una forma mucho más eficaz no habiendo jamás dicho una palabra contra la Biblia, que si lo hubiera hecho de otra manera. ...
He leído últimamente La Vida de Voltaire, de Morley, y el autor insiste enérgicamente que los ataques directos contra el cristianismo (incluso cuando se escriben con la maravillosa fuerza y energía de Voltaire) producen poco efecto permanente: un efecto verdaderamente bueno solo parece seguir a los ataques lentos y silenciosos.» (21, 22, 24 d’octubre, 1873: MSS de Cambridge.)
Citado en Gertrude Himmelfarb,
Darwin and the Darwian Revolution
(Chatto & Windus, Londres 1959), p. 320.

Prosiguiendo con la cuestión de trasfondo y motivos, el célebre novelista Aldous Huxley, hermano de Julian Huxley, el primer director de la UNESCO, y nieto de Thomas Henry Huxley, conocido como el «Bulldog» de Darwin, escribe estas reflexiones en una de sus obras:
«... El filósofo que no encuentra significado en el mundo no está interesado de manera exclusiva en un problema de metafísica pura: también está interesado en demostrar que no hay razón válida alguna por la que él personalmente no pueda hacer aquello que le dé la gana. ...
»Yo tenía motivos para no querer que el mundo tuviese sentido; fue por eso que di por supuesto que no lo tenía, y pude encontrar, sin ningún tipo de dificultades, razones satisfactorias para esta presuposición. ... En cuanto a mí mismo, como sin duda fue el caso entre mis contemporáneos, la filosofía de la ausencia de significado era esencialmente un instrumento de liberación. La liberación que deseábamos era a la vez una liberación de un cierto sistema político y económico, y también una liberación de un cierto sistema de moralidad. Nos enfrentábamos a la moralidad porque interfería en nuestra libertad sexual. ...»
Huxley, Aldous: Extractos de
Ends and Means: An Inquiry into
the Nature of Ideals and into the
Methods Employed for Their
Realization
(Harper and Brothers
Publishers, New York and London,
1937, quinta edición), pp. 314-317.

El filósofo Thomas Nagel, en su libro The Last Word [La última palabra] (Oxford University Press, 1997), se refiere a lo que él llama «el temor a la religión misma». Escribe él:
«Hablo por experiencia, siendo que yo mismo siento profundamente este temor: Deseo que el ateísmo sea cierto y me intranquiliza el hecho de que algunas de las personas más inteligentes y mejor informadas que conozco son creyentes religiosos. No se trata sólo de que yo no creo en Dios y que, naturalmente, espero estar en lo cierto en mi creencia. ¡Se trata de que tengo la esperanza de que no haya Dios! No quiero que haya Dios; no quiero que el universo sea así.»

Desde su punto de vista, este temor puede ser «la causa de mucho del cientificismo y reduccionismo de nuestro tiempo» (pág. 130).

El propósito de estas páginas es replantear el reto de Darwin, sometiéndolo a examen y ponderando ambos lados de la cuestión. Como él mismo dijo: «Un resultado imparcial sólo puede obtenerse declarando cabalmente y sopesando los hechos y los argumentos en los dos lados de la cuestión». Ya en tiempos de Darwin aparecieron una buena cantidad de estudios y de argumentos que exponían la inverosimilitud real de sus argumentos, más allá de las apariencias superficiales. Y durante el siglo XX han ido surgiendo más y más conocimientos que exponen la bancarrota efectiva del argumento darwinista. Es cierto que se ha hecho un gran esfuerzo por lograr la síntesis de estos conocimientos, como la confirmación de la naturaleza discontinua del registro fósil, de los mecanismos celulares, de las realidades de la genética, interpretándolos y encasillándolos dentro del modelo darwinista o neodarwinista. Pero la acumulación de datos a lo largo del siglo XX, y especialmente durante los últimos 50 años, debido a la terquedad de los hechos, pone en evidencia el hundimiento del rancio materialismo del siglo XIX, que lo contemplaba todo exclusivamente en términos de materia y movimiento, o de materia y energía. Ahora sabemos que todas las estructuras de la vida están organizadas y gobernadas por una información codificada de diversas formas, y que existen unos soportes de información, sistemas de transcripción de dicha información, sistemas de traducción de la misma y de ejecución a forma y función en los seres vivos; sistemas de verificación y mantenimiento de la información, y de una dinámica de reproducción de estos sistemas. La información comporta efectivamente todo un conjunto de aparatos que posibilitan su lectura, comprensión y plasmación en los fenómenos de la vida, con unos verdaderos y rigurosos mecanismos temporizadores y de control de flujo, y de identificación, sumamente específicos y de una complejidad irreducible hacia arriba y hacia abajo que jamás hubiera podido surgir por pequeños pasos aleatorios con funcionalidad alguna. Porque la funcionalidad pertenece al sistema como un todo.

Es bien cierto que en la sociedad actual existe el intento descarado de silenciar la tesis del Diseño Inteligente de la vida, como cosa ya refutada por Darwin. Pero esto no es cierto. Darwin propuso una tesis negando el designio, y proponía unas pruebas, aunque, en palabras del mismo Darwin, quedaba claro que «en este volumen apenas se discute un solo punto sobre el cual no puedan aducirse hechos que a menudo parezcan conducir a conclusiones diametralmente opuestas a aquellas a las cuales yo he llegado», es decir, las conclusiones directamente contrarias son las que mantienen el Diseño Inteligente, divino, de la vida. Que la propuesta de Darwin cristalizase como dogma en su época se debió más a las prisas por aceptar unos argumentos que pareciesen verosímiles que no a la aplicación del rigor intelectual para sopesar estos argumentos, al encontrarse en un clima social e ideológico favorable a los mismos. Y su mantenimiento en la actualidad no se comprende más que por la propaganda masiva de unos medios de comunicación dirigidos a mantener una perspectiva dogmática materialista, que queda a descubierto en la franca y reciente admisión de Richard Lewontin, sobre la que es necesario volver a insistir:
«... tenemos un compromiso previo, un compromiso con el materialismo. No se trata de que los métodos y las instituciones de la ciencia nos obliguen de alguna manera a aceptar una explicación material del mundo fenomenológico, sino al contrario, que estamos obligados por nuestra adhesión previa a las causas materiales a crear un aparato de investigación y un conjunto de conceptos que produzcan explicaciones materiales, no importa cuán contrarias sean a la intuición, no importa lo extrañas que sean para los no iniciados. Además, este materialismo es absoluto, porque no podemos permitir un Pie Divino en la puerta.»

Richard Lewontin, en
New York Review of Books

(9 de enero de 1997, p. 31).

Santiago Escuain

jueves, 6 de marzo de 2008

La detectabilidad del Diseño Inteligente

Lo que se considera inaceptable — que el Diseño Inteligente se pueda detectar objetivamente.

Este es el verdadero campo de batalla en la controversia del darwinismo contra la tesis del diseño inteligente de las estructuras de la vida y de los organismos como un todo integrado. En Romanos 1:18-20 se nos dice claramente que los que niegan la realidad del Dios Creador como fuente de vida, lo hacen negando la evidencia misma («detienen con injusticia la verdad»). El mundo tolerará la «religión» siempre que se presente como un salto de fe sin ningún contacto con la realidad objetiva o con la verdad histórica. En tal caso se la considerará inofensiva. Lo que el mundo no tolera, ni tolerará, es el planteamiento de una fe racional (que no racionalista) fundamentada en realidades, las realidades de que Dios está presente, con el testimonio evidente de Sus obras, y de que Dios ha actuado de forma efectiva en medio de la Historia, que Dios ha hablado, y que Dios ha culminado esta revelación en tanto que el Hijo de Dios se hizo hombre en una Encarnación sobrenatural y se nos manifestó también en medio del tiempo y del espacio de este mundo, participando de nuestra sangre y de nuestra carne. Y el mundo tampoco tolera que esta manifestación tenga el soporte de un testimonio irrefutable. Esta posición, sobria, fundamentada, es atacada con calificativos como «extremismo religioso» y tildada de «peligrosa» desde muchas instancias mundanas. De hecho, esta postura se enfrenta en abierto contraste con presentaciones edulcoradas y descafeinadas de un cristianismo falsamente entendido que acaba negando o relativizando la Palabra de Dios, y que el mundo acepta —el mundo acepta todo aquello que le pertenece, pero no aquello que procede del Dios manifestado en Cristo Jesús, que fue rotundamente rechazado por el mundo.

La fe racional, fundamentada en la verdad de un Dios que se hace evidente por las cosas hechas, y ello hasta el punto de que aquellos que lo niegan «no tienen excusa» (Romanos 1:20), y en la realidad de un Dios que se manifestó de muchas formas y maneras a lo largo de la historia de los hombres, hasta que se manifestó de forma plena en Jesucristo (Hebreos 1:1-4), es una amenaza para la incredulidad. Esta fe tiene los verdaderos argumentos que dejan sin respuesta a los que se manifiestan como adversarios de Dios. Esta fe racional es el verdadero enemigo de la incredulidad.

Una «fe» meramente mística en Dios, disociada de la realidad, es bien tolerada. Una fe en la Palabra del Dios que se manifiesta de manera innegable en Sus obras llama a las armas a las huestes materialistas. Aquí será necesario repetir lo que dice abiertamente Richard Lewontin, el célebre genetista de Harvard y materialista confeso:
«... tenemos un compromiso previo, un compromiso con el materialismo. No se trata de que los métodos y las instituciones de la ciencia nos obliguen de alguna manera a aceptar una explicación material del mundo fenomenológico, sino al contrario, que estamos obligados por nuestra adhesión previa a las causas materiales a crear un aparato de investigación y un conjunto de conceptos que produzcan explicaciones materiales, no importa cuán contrarias sean a la intuición, no importa lo extrañas que sean para los no iniciados. Además, este materialismo es absoluto, porque no podemos permitir un Pie Divino en la puerta.» New York Review of Books (9 de enero de 1997, p. 31).

Así, el argumento del Designio y de un Diseño Inteligente del Universo y de las estructuras y de las formas de la vida es, para el materialismo, el gran enemigo a batir. Y el enfrentamiento con el (neo)darwinismo como explicación propuesta desde el materialismo como explicación del origen y del desarrollo de las diferentes estructuras y formas de la vida es necesariamente directo. Y emocional. Desde siempre ha habido materialistas y ateos. Solo es necesario recordar personajes históricos como el griego Demócrito (ca. 460 a.C. — ca. 370 a.C.) y el romano Lucrecio (1r. siglo a.C.), lo que demuestra que no se trata de un fenómeno reciente debido a la iluminación de la ciencia. De hecho, las propuestas del darwinismo fueron acogidas calurosamente por un gran público educado en la Ilustración, dirigido por toda una elite educada en el rechazo de un Dios que interviene y que se manifiesta soberanamente. La aparente verosimilitud del mecanismo de la Selección Natural, dado el estado del desconocimiento de la verdadera naturaleza y fuentes de la variabilidad en los seres vivos, dio alas a los materialistas, que creyeron que la Selección Natural era el gran motor para aquella evolución en la que los materialistas ya creían desde la época de los antiguos filósofos griegos. Lo que les faltaba a los materialistas era un mecanismo que justificase su creencia en este origen de todos los seres vivos por azar y ley natural, sin ninguna intervención divina. Y fue la Selección Natural propuesta por Darwin lo que les pareció en aquel tiempo este mecanismo verosímil. Y así es como Richard Dawkins, uno de los materialistas y ateos más militantes de la actualidad, pudo decir que «Darwin hizo posible el ser un ateo intelectualmente satisfecho» (p. 9 de The Blind Watchmaker [El relojero ciego]).

En realidad, y ya desde el principio, el mismo Darwin no sentía una gran seguridad acerca de su propia teoría. Estaba emocionalmente muy apegado a ella, pero ante argumentos como el de la complejidad del diseño del mismo ojo, y de otras estructuras, llega a decir que «En mí siempre surge la horrible duda de si las convicciones de la mente humana, que se ha desarrollado procedente de la mente de los animales inferiores, son de valor alguno o en absoluto fiables. ¿Confiaría nadie en las convicciones de la mente de un mono ...?» [Carta de C. Darwin a William Graham, del 3 de julio de 1881.]

Y la propuesta y la justificación rigurosa de la inferencia del Designio y de la necesidad de un diseño, tanto en base de lo que ya se conocía en tiempos de Darwin como también —y ello de forma abrumadora— debido a todo el conocimiento acumulado a lo largo de los últimos 60 años acerca de todos los mecanismos del funcionamiento y de reproducción de las células y de la coordinación de los diferentes tejidos en los procesos biológicos de los organismos pluricelulares, vuelve a dejar a los materialistas sin aquella aparente justificación que creían tener con el mecanismo propuesto por Darwin para el origen y desarrollo de las formas de vida. Objetivamente, la situación vuelve a ser predarwinista. Los materialistas aceptan y creen que ha habido una evolución, pero el mecanismo de esta evolución, que durante un tiempo se creyó que había quedado resuelto por Darwin, es en la actualidad tema de intensas polémicas. Las investigaciones científicas han desvelado la estructura fundamental de la vida, y que su constitución, control y reproducción se basan en sistemas de archivo, tratamiento, transcripción y expresión de Información, de una naturaleza y de una complejidad que dan evidencia de que son la plasmación del propósito de una Super-Inteligencia. El gran problema al que se enfrentan los materialistas es el del origen de la información que aparece en el trasfondo de todos los sistemas orgánicos y de la constitución de toda la nanomaquinaria que realiza las funciones celulares. Los materialistas se aferran a su paradigma de azar y de ley natural como explicación necesariamente suficiente para el origen de las formas de vida y de sus mecanismos, pero este paradigma carece realmente de una verdadera respuesta a la pregunta: ¿cuál es el origen de la información biológica?

Pierre P. Grassé, eminente zoólogo francés, ya en 1973 planteaba lo siguiente con referencia a este problema:
«Ante una obra humana, cree saberse de dónde procede el ingenio que contiene y que le ha dado forma; pero cuando se trata de un ser vivo, nadie jamás lo ha sabido, ni Darwin ni Epicuro, ni Leibnitz ni Aristóteles, ni Einstein ni Parménides.
Solo un acto de fe puede llevarnos a adoptar una hipótesis en lugar de otra. La ciencia, que no acepta ningún credo, o que en todo caso no lo debería aceptar, confiesa su ignorancia, su impotencia para resolver este problema que, estamos seguros de ello, existe y es real.
Si investigar el origen de la información en un ordenador no es un falso problema, ¿por qué lo habría de ser cuando se trata de la información que se contiene en los núcleos de las células?»
(Grassé, P. P., L’Evolution du Vivant,
Éditions Albin Michel: París, 1973, p. 15)

Así, ya no se trata solo de la evidencia de estructuras de gran perfección, no solo del ojo, ni en general de todas las estructuras de la vida, que aportan evidencia de un diseño inteligente gobernado por un Designio que expresa la sabiduría y el poder de Dios. Tenemos mucho más. En la actualidad se ha acumulado la evidencia de todo un sistema informático en la base misma de la vida y de todas sus expresiones. Y este hecho de esta información incorporada con unas magnitudes tan más allá de toda medida nos lleva a una realidad ineludible:
«En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, ...» (Evangelio de Juan, 1:1-4).
Santiago Escuain