jueves, 5 de julio de 2012

Sobre el anuncio de la detección de algo muy parecido al bosón de Higgs

Un ejemplo de simulación de datos modelado para el detector de partículas CMS del Gran Colisionador de Hadrones (LHC) en el CERN. Imagen cortesía del CERN

Queda mucha tela por cortar, pero a modo de reflexión y muy resumidamente, básicamente la teoría es que el bosón de Higgs proporcionaría el mecanismo por el que la energía se estructura y llega a adquirir masa para constituir la materia como tal, con sus propiedades fundamentales como la inercia, etc.

¿Las implicaciones? Según la ecuación de equivalencia E = m·c^2, la materia y la energía son formas diferentes de una misma realidad en lo cuantitativo. Mi reflexión es que esta equivalencia cuantitativa dista de darnos la verdadera realidad. Un libro tampoco es la mera suma cuantitativa del papel y de la tinta, aunque cuantitativamente puede contemplarse desde este aspecto. Pero esto estaría muy lejos de darnos la verdadera realidad de lo que un libro es.

La estructura de la materia, en especial a nivel atómico, nos muestra una complejidad enorme de equilibrios de fuerzas, y la estructura de los átomos da a cada especie material sus cualidades físicas y químicas. Así, los átomos son estructuras diseñadas para edificar toda la gran arquitectura del universo y de la vida en todos sus detalles. Pero del mismo modo que el papel y la tinta no pueden ser la explicación del libro, aunque son partes componentes del mismo, así la mera energía no explica la estructura de la materia, que es la manifestación de un cúmulo estructurado de interacciones de la energía (una aplicación dirigida de Poder).

Toda la complejísima realidad material es una manifestación de la coherencia del propósito divino que aplica Su poder en creación y en sustentación del Universo. ¿El origen? El Verbo creador. ¿La sustentación? La Palabra de Su Poder. Y esta Palabra ha programado no solo los códigos de la vida, el «software», sino también las interacciones estructuradas de energía en las partículas más fundamentales para constituir los átomos mismos que nosotros clasificamos en toda la gran Tabla Periódica de los Elementos (el «hardware» básico que, estructurado a distintos niveles de organización y afinación, constituye el universo en sus diferentes realizaciones, la biosfera como hábitat para la vida, y los vehículos para las distintas manifestaciones de la vida en todos sus niveles creados). «Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos» (Hechos 17:28).

Santiago Escuain

domingo, 29 de junio de 2008

Evidencias divinas — hostilidad humana

La necesidad del razonamiento —su propósito y sus límites
«… tratar de sofocar la crítica de las Escrituras con el grito de “la Biblia es la palabra de Dios” sólo sirve para excitar la desconfianza por parte de indagadores serios y sinceros. Nunca hubo un ataque contra la verdad que no pudiera ser refutado. “La verdad es una”; pero el error, por su propia naturaleza, es inconsecuente, y por tanto absurdo. Y en tanto que la verdad divina es espiritual y sólo puede ser discernida espiritualmente, el error humano es natural, y puede ser confrontado en su propio terreno. No podemos mediante razonamientos introducir a los hombres en el reino de Dios, pero mediante razonamientos sí podemos exponer los errores que los predisponen en contra de él.»
Sir Robert Anderson
- The Bible and Modern Criticism
(Londres, Pickering and Inglis, a. 1895), p. 27.

La realidad de Dios y la resistencia humana

A muchos materialistas no les importa la presencia de una fe formulada de forma emocional, dogmática, sin ninguna base de evidencia. Cuando se ponen nerviosos y se alteran es cuando se observa que el Diseño Inteligente en la naturaleza y de la misma naturaleza es detectable y demostrable. Que se trata de una inferencia lógica que, sin depender de una presuposición teísta o religiosa, lleva ineludiblemente a la inferencia de la realidad de una Sabiduría y de una Deidad que no por negada es menos evidente. Se trata de una inferencia lógica que siempre ha estado presente y que siempre se ha alzado como una barrera a las pretensiones materialistas de que todo un universo marco de la vida y de que toda la vida en dicho universo hayan surgido sin dirección y sin propósito.

Una de las razones de esta actitud frontal por parte de muchos en contra de ninguna posibilidad de un Diseño Inteligente de la naturaleza y de la vida es que intuyen que esto los conduce ante Aquel que juzga las actitudes y los motivos de lo más profundo del ser. Y esto no quieren aceptarlo de ninguna manera. No quieren aceptar tal conclusión. Quieren negar tal posibilidad desde el principio. Este ha sido siempre el gran motor del materialismo. La negación de Dios no es una conclusión científica, sino un anhelo de una humanidad que busca una falsa autonomía, un anhelo que se ha querido disfrazar con una jerga filosófica o científica.

Por ejemplo, el filósofo Thomas Nagel, en su libro The Last Word [La última palabra] (Oxford University Press, 1997), se refiere a lo que él llama «el temor a la religión misma». Escribe él:
«Hablo por experiencia, siendo que yo mismo siento profundamente este temor: Deseo que el ateísmo sea cierto y me intranquiliza el hecho de que algunas de las personas más inteligentes y mejor informadas que conozco son creyentes religiosos. No se trata sólo de que yo no creo en Dios y que, naturalmente, espero estar en lo cierto en mi creencia. ¡Se trata de que tengo la esperanza de que no haya Dios! No quiero que haya Dios; no quiero que el universo sea así.»

Desde su punto de vista, este temor puede ser «la causa de mucho del cientificismo y reduccionismo de nuestro tiempo» (pág. 130).

Por esto muchos materialistas no quieren ni siquiera hablar de las evidencias del Diseño Inteligente. Para ellos se trata de una cuestión sumamente personal, emocional. E intuyen que es una partida perdida. Así, en lugar de razonar sobre los hechos y los datos actualmente conocidos sobre las estructuras y las funciones de la vida, y sobre las posibilidades teóricas que admiten estos hechos y esos datos, y sobre los límites que puedan existir o no en el proceso de mutación y de selección, descienden a la ridiculización y a las invectivas, y tratan de lanzar confusión sobre las cuestiones que deberían ser objeto de abierto debate. Tratan incluso de impedir la presentación pública de estas cuestiones, como se pudo constatar recientemente en diversos lugares de España,[1], y, como el calamar, echan una nube de tinta en su intento de rehuir una discusión razonada del tema.

Sobre la ridiculización del contrario:

Cuando el ridículo y la burla toman el puesto de la argumentación, tenemos que ser cautos. El uso del ridículo en contra de una exposición razonada de los argumentos constituye una acción miserable. Ahora bien, el humor puede ser la respuesta en ocasiones cuando el absurdo de una posición queda claro por sí mismo o cuando se ha demostrado mediante una explicación razonada; en tal caso, el absurdo de dicha posición puede exponer el ridículo de la situación en que se encuentran los que persisten en una argumentación desmentida por los hechos o inconsecuente con los mismos.

Hablando de evidencias

Una de las materias conceptuales que se estudia en física es que para separar las moléculas de un gas a una temperatura determinada en dos distribuciones de gas, una más fría y otra más caliente, se precisa del llamado «demonio de Maxwell», esto es, un agente que pueda conseguir información de cada molécula de dicho gas y actuar en consecuencia, para seleccionarla y hacerla pasar y aislarla en la sección correspondiente del sistema preparado para conseguir esta diferenciación. En resumen, para seleccionar se precisa de un propósito determinado, de información y de una fuente de energía para el trabajo necesario para la manipulación del sistema, manipulación dirigida por una información dirigida a un fin. También podemos realizar una disociación en una cantidad mayor de grupos térmicos diferenciados (conceptualmente podemos conseguir grupos diferenciados de grado en grado). Esto implica más complicación, un mecanismo más complejo.

Por el término «evolución», cuando se aplica al origen y desarrollo de la vida, se entiende, generalmente, la emergencia de nuevos caracteres, de nuevas estructuras, de nuevas funciones —¿por selección natural?
Darwin observó que se podía seleccionar entre caracteres ya existentes, cosa que se conocía ya desde muy antiguo. Presentó muchos ejemplos de selección ARTIFICIAL y propuso un paralelismo con la selección natural que iría mejorando los rasgos ya existentes y favoreciendo la emergencia de estructuras más y más complejas.

El problema reside en que se trata de un paralelismo falso. La cuestión, cuando tratamos del ORIGEN de nuevas estructuras y funciones (la visión, el oído, el vuelo, las diversas funciones fisiológicas, etc.) no es como se seleccionan y mejoran estas estructuras, sino el SURGIMIENTO de las mismas.

La gran cuestión en el origen y la coordinación de las diversas funciones orgánicas celulares y organísmicas es la producción de los componentes y su coordinación. Primero es necesario tener el material, después será necesario seleccionar aquellos materiales necesarios y situarlos en sus debidas y correspondientes relaciones. Es necesario un propósito, un fin, y tener la información que dirija toda esta ordenación. No solo es preciso seleccionar todos los elementos adecuados, sino que es necesario excluir todos aquellos que interferirían y que harían imposible llegar al fin propuesto.

Por ejemplo, para conseguir el motor giratorio del flagelo bacteriano se precisa de unas piezas determinadas. La consecución de estas piezas se realiza mediante un proceso de fabricación de cada componente en las cantidades necesarias. Y el proceso de la fabricación de estas piezas en la célula comporta una serie de pasos que van desde la lectura de las instrucciones en la biblioteca central de la célula (ADN) para realizar unas transcripciones (no una mera copia) donde están involucrados soportes de información como el ARNm y elementos de transporte codificado de materiales base (aminoácidos) como el ARNt, enzimas específicos para unir los ARNt con dichos aminoácidos, y unas máquinas productoras de proteínas (los ribosomas) que por medio de un cabezal de lectura leen las instrucciones que se les transporta, y con otras funciones de esta compleja máquina, van soldando los compuestos unitarios (aminoácidos) en las secuencias dictadas por las instrucciones transmitidas por las secuencias del código soportado por los tramos de ARNm, que dictan qué ARNt portadores de aminoácidos específicos deben ir entrando en cada momento en la zona de entrada del ribosoma correspondiente, para conseguir la producción de las proteínas, tanto las estructurales como las enzimas, que son los componentes fundamentales de las estructuras y de las funciones de las células.

Una vez conseguidas las piezas del motor del flagelo bacteriano por medio de este proceso de fabricación asistida por un sistema informatizado PROGRAMADO lector de códigos con todos sus sistemas de regulación y control, no tenemos sino el comienzo. El montaje del motor sigue toda una secuencia asimismo PROGRAMADA, totalmente regulado y controlado con emisión y recepción de señales de inicio y fin de cada uno de los pasos secuenciales.

Pero este motor no podría hacer nada sin recibir energía (protónica), que llega por unos circuitos que son también producto de una fabricación asistida por programación, con un programa también procedente de la biblioteca central (ADN) transcrito y gobernado por el mismo proceso. Y dichos circuitos no dispondrían tampoco de energía si no existiese otro mecanismo como la ATP sintasa que alimenta todos los diversos circuitos y funciones de la célula, de los que solo damos uno de entre miles de ejemplos.

Así, vemos que el gran secreto de toda la producción de estos sistemas es la INFORMACIÓN aplicada mediante unos sofisticados dispositivos. No se puede conseguir la producción selectiva de componentes y su concatenación en sistemas coordinados sin un sistema de lectura y tratamiento de la información. Los códigos, la información, la palabra y el pensamiento, están en todas partes, plasmados en la realización de un plan y de un propósito.

La selección natural no puede conseguir el origen de aquello que selecciona. Es irrelevante por lo que respecta al origen de las estructuras de la vida, a todos los niveles.

La selección necesaria para conseguir sistemas complejos de regulación y control adaptados a un fin exige la existencia de una Mente y de un Propósito trascendentes. La realidad de la vida en particular y de su marco, el universo en general, nos lleva a la conciencia de la realidad de Dios, de Su poder y deidad.
La fuerza de la evidencia se sentía incluso antes del descubrimiento de las nanomáquinas de la vida, y por parte de alguien como el mismo Ernst Mayr, uno de los más firmes darwinistas del siglo 20. Él mismo tuvo que confesar que
«... es forzar mucho la credulidad suponer que sistemas tan exquisitamente equilibrados como ciertos órganos sensoriales (el ojo de los vertebrados, o la pluma de las aves) pudieron ser mejorados por mutaciones al azar. Esto es todavía más cierto de algunas relaciones ecológicas en cadena (el famoso caso de la polilla de la Yuca, y tantos otros).»
Mayr, Ernst (1942)
Systematics and the Origin
of Species,
p. 296

Naturalmente, añade a renglón seguido que:
«Sin embargo, los que objetan a las mutaciones al azar no han podido hasta ahora proponer una explicación alternativa respaldada por una evidencia sustancial.»
Ibid.

Este intento de resolver esta cuestión de esta manera quiere obviar la realidad de la evidencia que señala a que la vida es resultado de un acto creador de Dios. Es aquí que el conocido físico y cosmólogo Carl F. von Weizsäcker, aunque materialista y darwinista, pone a descubierto la verdadera situación, que desde la fecha en que escribió ha ido realmente agudizándose más y más para cualquier planteamiento materialista del origen y desarrollo de la vida:
«Todavía no entendemos demasiado bien las causas de la evolución, pero tenemos muy pocas dudas en cuanto al hecho de la evolución... ¿cuáles son las razones para esta creencia general? En la última lección las formulé negativamente; no sabemos cómo podría la vida, en su forma actual, haber venido a la existencia por otro camino. Esa formulación deja silenciosamente a un lado cualquier posible origen sobrenatural de la vida; así es la fe en la ciencia de nuestro tiempo, que todos compartimos». [La importancia de la ciencia, Nueva Colección Labor. Barcelona, 1972, p. 131.]

El peso de la evidencia ante una voluntad hostil

Desde mi punto de vista, el DI generará hostilidad en una mentalidad ya hostil a su consecuencia última. Como lo expresó Richard Lewontin de forma tan pintoresca en su reseña de hace algunos años, «no podemos permitir un Pie Divino en la puerta». No se trata de que la evidencia sea endeble, sino que la mente materialista tiene un interés personal contrario. ES NECESARIO apoyar el materialismo a toda costa.

De forma que esta es una cuestión profundamente personal: el Materialismo, que promete libertad al hombre, pero que comporta en sí su desesperanza última, o el Teísmo, que pone al hombre ante Dios. Pero la actitud del hombre no es neutral; no hay ante esto una actitud de serenidad. El hombre no arrepentido está enemistado con Dios, y debido a ello, en su estado natural, prefiere antes rechazar o reinterpretar toda la evidencia de Dios en el diseño de toda la naturaleza en términos materialistas.

El fondo de la cuestión es que el Materialismo ha proporcionado al hombre un refugio ilusorio donde cree poder esconderse de Dios.

El problema no reside en la evidencia. Hay abundante evidencia para llevar a las personas a la convicción de la realidad de un Designio. Pero la evidencia no es suficiente ante una actitud hostil contra Dios, como la que demuestra el filósofo Nagel. Estamos rodeados de evidencias. Ahí mismo, en la Naturaleza creada. El problema reside en la mente humana, que contempla el diseño como algo que rechazar, no porque no se haga evidente en el estudio de las cosas creadas, sino debido a un prejuicio muy intenso en contra de la evidencia. Cuando Richard Dawkins dice en su prefacio de El Relojero Ciego: «La biología es el estudio de cosas complicadas que presentan la apariencia de haber sido diseñadas con un propósito», y pasa luego a aplicar el criterio que Lewontin describe en su reseña, lo hace debido a que tienen «un compromiso previo, un compromiso con el materialismo» ... no PUEDEN «permitir un Pie Divino en la puerta». Para poder aceptar el Diseño Inteligente se precisa de más que evidencia, se precisa de un cambio de actitud interior que rompa el compromiso previo con el materialismo y que se abra a la realidad que nos rodea. Este compromiso previo con el materialismo expone un corazón enemistado con Dios. Para llegar a una perspectiva correcta de la realidad es necesario el arrepentimiento para con Dios —y el fin a la vista es el de un cambio sobrenatural de perspectiva que transforme la hostilidad y la ingratitud en adoración y acción de gracias (Romanos 1:20-21).

Efectivamente, la realidad última es que esta controversia versa sobre mucho más que la ciencia, versa sobre el corazón humano – que aleccionado por las diatribas de Voltaire, y de otros como él, en contra Dios, quiere negar toda acción soberana de Dios en creación, providencia, salvación y juicio. Así el hombre moderno reconstruye su perspectiva de la realidad a una en la que Dios está ausente, con la ilusión de conseguir con esto su libertad. Pero, como observó cierto conferenciante hace muchos años, en unas palabras que han quedado grabadas en mi mente: «El ateísmo optimista del Siglo XIX creía que desplazando a Dios, el Hombre tendría espacio para ser hombre; el ateísmo pesimista del Siglo XX descubrió que, tras haber desplazado a Dios, el Hombre había perdido todo espacio para ser hombre».

Dirigiéndose a Dios, Agustín de Hipona (354-430) dice con razón: «¡Tú nos has hecho para ti mismo, y nuestro corazón no encuentra reposo hasta que lo encuentra en Ti!» (Confesiones, I, 1).
Santiago Escuain

[1] Para información sobre estos acontecimientos, haga clic AQUÍ


Para un análisis de las recientes pretensiones de los evolucionistas que en realidad no se pueden mantener, como la de haber demostrado la evolución con experimentos de laboratorio, y otras, véase:

martes, 13 de mayo de 2008

Evidencia, Filosofía y Fe

«Los biólogos han de recordar constantemente que lo que ven no fue diseñado, sino que evolucionó.»
(Francis Crick, premio Nobel
el famoso codecodificador del ADN,
What Mad Pursuit
[New York: Basic Books, 1988], p. 138.)

La pregunta que se debe plantear es: ¿Por qué los biólogos tienen que recordarse constantemente que lo que ven no fue diseñado? La realidad es que todo lo que contemplan en la maquinaria de la vida, en todos los sistemas de almacenamiento, transcripción y transferencia de información, y de la traducción de dicha información a las estructuras y funciones celulares e intercelulares, lleva poderosamente a la deducción de un plan y de un propósito trascendente y divino. Y para mantener una postura materialista predeterminada es preciso repetir este mantra: «esto ha evolucionado, esto ha evolucionado, esto ha evolucionado ...»

En realidad, el resto del párrafo —que comienza con la frase acabada de citar— es sumamente interesante:
«Se podría pensar, entonces, que los argumentos evolucionistas juegan un gran papel en la dirección de la investigación biológica, pero esto dista de ser así. Es cosa ya difícil estudiar lo que está sucediendo ahora. Y aun es más difícil intentar determinar de manera exacta lo que sucedió en la evolución. Así, los argumentos evolucionistas se pueden emplear de manera útil como insinuaciones sugerentes de posibles líneas de investigación, pero es enormemente peligroso confiar demasiado en ellos. Es demasiado fácil hacer inferencias erróneas a no ser que el proceso de que se trate sea ya bien comprendido.» (pp. 138-139, énfasis en el original.)
Todo esto concuerda, desde luego, con lo que dice el genetista y materialista Richard Lewontin, catedrático de Harvard, cuando dice que «... tenemos un compromiso previo, un compromiso con el materialismo. No se trata de que los métodos y las instituciones de la ciencia nos obliguen de alguna manera a aceptar una explicación material del mundo fenomenológico, sino al contrario, que estamos obligados por nuestra adhesión previa a las causas materiales a crear un aparato de investigación y un conjunto de conceptos que produzcan explicaciones materiales, no importa cuán contrarias sean a la intuición, no importa lo extrañas que sean para los no iniciados. Además, este materialismo es absoluto, porque no podemos permitir un Pie Divino en la puerta.» New York Review of Books (9 de enero de 1997, p. 31).

Y Lewontin no es el único en reconocer este prejuicio. Entre otros, el cosmólogo Carl F. von Weizsäcker ya lo había dicho mucho antes, en sus Conferencias Gifford 1959-1960: «No es por sus conclusiones, sino por su punto de partida metodológico por lo que la ciencia moderna [2] excluye la creación directa. Nuestra metodología no sería honesta si negara este hecho. No poseemos pruebas positivas del origen inorgánico de la vida, ni de la primitiva ascendencia del hombre, tal vez ni siquiera de la evolución misma, si queremos ser pedantes» [La Importancia de la Ciencia, Ed. Labor, S.A., Barcelona 1972, p. 125.]

Vemos, así, que el materialismo es un prejuicio filosófico de partida, y no una conclusión científica; más aún, que el propósito no es seguir la evidencia, sino buscar explicaciones materiales, excluyendo cualquier otra posibilidad ya desde el principio.

El designio: una inferencia, no un apriorismo

En cambio, la existencia de Dios no es en absoluto una hipótesis, sino una conclusión ineludible basada en todo un conjunto de evidencias que se imponen con todo rigor, y que, como hemos visto, solo puede ser negada de forma voluntarista por una adhesión al materialismo que se enfrenta a todo el peso de la evidencia. Por lo que respecta a la evidencia de un designio real y consciente, y no meramente aparente, dice el bioquímico Michael Denton:
«La fuerza casi irresistible de la analogía ha minado totalmente la autosatisfecha presuposición, dominante en los círculos biológicos durante la mayor parte de los últimos cien años, de que la hipótesis del designio puede ser excluida sobre la base de que este concepto es fundamentalmente un apriorismo metafísico, y que por ello es científicamente inaceptable. Al contrario, la inferencia del designio es una inducción puramente a posteriori basada en la implacable aplicación de la lógica de la analogía. La conclusión puede que tenga implicaciones religiosas, pero no depende de presuposiciones religiosas.»
Evolution: A Theory in Crisis
(Bethesda, Maryland: Adler and Adler
Publishers, 1986), pág. 341.

En realidad, la evidencia de un designio y de un plan de un Superintelecto personal necesariamente trascendente e incausado es negada desde el materialismo, pero en absoluto queda refutada. La existencia de Dios es así sencillamente una cuestión de evidencia, y no de fe. La creencia en Dios como realidad vital y tangible se fundamenta en aquello que Él ha creado, como se expresa con claridad en las palabras de Pablo a los Romanos: «Porque las cosas invisibles de él [Dios], su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.»

La futilidad del ateísmo

Dostoievski hace decir a uno de sus personajes de Los Hermanos Kamarazov: «Si no hay Dios, todo está permitido». Y este es el planteamiento que se hace frecuentemente con referencia al ateísmo. Sin embargo, esto parece una postura muy miope. La realidad es que si no hay Dios, todo es absurdo. Jean-Paul Sartre se ceñía más a la lógica de la situación cuando, a través de su protagonista en La Nausea, describe el sentimiento de vaciedad, de absurdo, de una existencia que ha acaecido por accidente, que viene de la nada y que a la nada vuelve, y que tiene un instante de conciencia del yo pero totalmente ilusoria y vacía. Aquí es que surge aquel sentimiento de «nausea» del ateo bien informado que describe Sartre tan magistralmente.

Lo decía un profesor de la Universidad de Deusto, hace ya años, en la Fontana d'Or, en Girona, en una conferencia sobre la filosofía: Desde Kant hasta hoy. No recuerdo su nombre, solo que era profesor de filosofía, y de la Universidad de Deusto. Pero hizo una afirmación que me impresionó y que siempre he recordado: «El ateísmo optimista del siglo XIX creía que, con la exclusión de Dios, el hombre conseguía su espacio para ser verdaderamente hombre. Pero el ateísmo pesimista del siglo XX se dio cuenta de que, al excluir a Dios, el hombre perdía todo espacio para ser hombre». El piadoso Agustín de Hipona lo dijo con otras palabras: «Oh, Dios, tú nos has hecho para ti mismo, y nuestros corazones no encuentran reposo hasta que lo encuentran en ti».

Aquí tenemos el gran contraste entre el ateo mal informado, optimista, y el ateo bien informado, pesimista; entre el ateísmo infantil del siglo XIX y el ateísmo maduro del siglo XX, que finalmente se da cuenta de las consecuencias de proclamar la muerte de Dios. El hombre, como hombre, pierde todo espacio para serlo. Porque el espacio del hombre es Dios, y sin Dios, se encuentra abocado a un agujero negro que lo absorbe hacia la perdición personal en todos los aspectos, en el tiempo, en el espacio, y en la eternidad. Y es que no es Dios quien ha muerto, sino el hombre, apartado de Dios y excluido no de la existencia, pero sí de la vida.

¿Filosofía o revelación?

La filosofía quiere llegar al conocimiento de las realidades últimas por medio de la reflexión crítica, incluyendo la duda metódica. Pero al ser la realidad última la Realidad Personal, el Ser personal de Dios, la filosofía deviene impotente. La filosofía puede llegar a aproximaciones limitadas acerca de la realidad en el mejor de los casos. Pero si la Realidad es personal, solo puede llegar a ser conocida cuando se establece un flujo de comunicación procedente de dicha Realidad personal a las realidades personales contingentes que somos nosotros. Es solo mediante la palabra que puede haber comunicación de una a otra persona. Este conocimiento solo es posible en tanto que nos abrimos unos a otros mediante la comunicación de nuestros pensamientos por la verbalización de los mismos. Y así sucede con el conocimiento de Dios: la revelación es esencial. Aquí, la filosofía es impotente. Toda la filosofía del mundo jamás podrá llegar al conocimiento del Otro. Como mucho, podrá llegar a inferencias «acerca» del Otro, pero nunca llegará a su conocimiento personal. Solo conocemos a los otros por la palabra, e igualmente solo conoceremos al Otro por la Palabra.

La filosofía es un instrumento útil, pero de alcance limitado. El error reside en el filosofismo, en el intento de abarcar la totalidad de la realidad mediante la filosofía. La razón, como sierva de la comunicación, de la Revelación, es un instrumento espléndido que hemos recibido de Dios. El racionalismo es en la práctica una idolatría, al poner como supremo aquello que es subordinado. La razón no puede establecer la medida de la realidad, sino, a partir de la realidad como se nos da a conocer por los sentidos, incluyendo la Revelación, razonar dentro del marco dado por los hechos. Pero la razón nunca puede presuponer los hechos. Esto lo hace el errado racionalismo. La razón examina los hechos, los reconoce y los asume, y comienza a partir de los mismos. Pero lo esencial es la comunicación, la Revelación personal. Sin ella nunca conoceremos a los otros, ni al Otro.

La Fe —más, no menos

La fe es mucho más que un conocimiento a través de los sentidos, no mucho menos. Por la observación directa podemos llegar a percibir aspectos de la realidad que nos rodea, y somos llevados a la inferencia del designio, de un diseño inteligente real, que no aparente, de las maravillas de la vida y de su entorno. Una mente abierta y no enfrentada a Dios reconoce en la Creación el Poder y la Sabiduría de Dios. Pero esto no es fe, sino seguir la evidencia allí adonde nos lleva. Y la evidencia no puede llevarnos más allá. No puede darnos el conocimiento de Dios mismo (por no hablar de la explicación de la tragedia presente de este mundo, que tanto afectó a Darwin, como afecta a cada persona que viene a este mundo). Pero nos lleva a la convicción de que Dios está ahí. ¿Cómo podemos conocer a este Dios?

La pregunta puede volverse a formular de esta manera: ¿Cómo podemos conocer a alguien de una manera personal? Solo en tanto que este alguien se nos abra, se comunique con nosotros, y ello de forma VERBAL. Y para este conocimiento es imprescindible la existencia de la confianza. Sin confianza en el interlocutor, no se puede establecer ningún vínculo personal ni se llega a ningún conocimiento del «otro». No puede haber relación ni conocimiento personal cuando hay desconfianza.

En la Revelación, Dios ha hablado. Pero solo podemos llegar a conocerlo y a establecer un vínculo con Él cuando existe confianza. Cuando escuchamos a Dios y confiamos en Él, es solo entonces que podemos llegar a conocerlo y a tener una relación personal con Él. Ahora bien, esto solo puede ser a través de una vía. El hombre, en las mismas preguntas que se plantea, sus preguntas sobre si Dios existe o no, demuestra con esto su alejamiento de Dios —el hombre, en su estado natural, no tiene relación con Dios. Puede ser que algunos se esfuercen, que filosofen, que busquen religarse con Dios (mediante la «religión» entendida como el esfuerzo humano para conseguir ser aceptado por Dios). Este evidente alejamiento de Dios por parte del hombre demuestra la realidad de unos factores fundamentales que forman parte de esta misma revelación del Dios en quien somos llamados a confiar. Esta revelación de Dios nos habla de la CAÍDA del hombre, de los efectos cegadores del pecado en la mente humana, y de la predisposición de los hombres contra Dios —de la enemistad natural de los hombres contra Dios. Esto es la antítesis de la confianza.

La Revelación nos habla también de la CULPABILIDAD HUMANA, y de cómo Dios necesariamente ha de condenar todo aquello que es contrario a Su santidad —la rebelión de la criatura contra su Creador. Pero también nos habla del amor de Dios hacia Su criatura, y de lo que Él ha hecho para devolver al hombre a Sí mismo a la vez que mantiene Su justicia.

Dios el Hijo deviene Hombre, y deviene, de esta manera, Aquel que es Hombre y Dios en la persona de Jesucristo, en su doble naturaleza de verdadero HOMBRE (por la Encarnación, miembro de nuestra raza, pero exento de pecado) y de verdadero Dios (Su naturaleza infinita y eterna como Aquel que es la Palabra que era ya en el principio y desde la eternidad, que era con Dios y que era Dios —Juan 1:1ss.). Y lo hace a tenor de los anuncios dados desde el principio y a lo largo de la historia de la Revelación:

1) Para manifestarse en medio de los hombres y revelar de una forma plena el amor de Dios, siendo Él «Dios con nosotros». Él sufrió con nosotros.
2) Para compartir con nosotros las aflicciones que padecemos a causa del pecado: «En toda angustia de ellos él fue angustiado».
3) Para presentarse a Sí mismo, como aquel hombre santo, en representación de los hombres de los que compartía la naturaleza humana, miembro de nuestra raza, como sacrificio por nosotros, un sacrificio digno de Dios (con el valor infinito de Su persona infinita y eterna y la realidad de Su humanidad por la que nos representaba). De este modo Él pudo llevar la carga de nuestras culpas, dando plena satisfacción en la cruz, por Su muerte, a la justicia de Dios por las culpas de Sus representados —y de este modo abrir la puerta a ser aceptables y aceptados por Dios, al creer en Él y entrar delante de Dios mediante Él. El sufrió por nosotros.

¿La clave de todo ello? La FE. Aquella fe que es la confianza en Dios y en lo que Dios ha hecho mediante Jesucristo y en lo que Dios nos ha comunicado sobre el mismo —por anticipado mediante los profetas y retrospectivamente por los anunciadores de la gran y buena noticia: que Dios ha llevado a cabo la salvación, que no solo nos ha dado el conocimiento de Sí mismo, sino que ha resuelto la gran cuestión de nuestra culpa moral que cerraba el paso como una eterna barrera para impedir nuestra entrada delante de Dios. Ahora somos invitados en Jesucristo a entrar libremente delante de Él.

Los tres grandes puntos de la salvación de Dios son:

1) la Encarnación (la identificación de Dios el Hijo con la raza humana, con la excepción del pecado);
2) la Cruz (el ofrecimiento de Sí mismo delante de Dios como nuestro representante y sustituto, dando satisfacción delante de la justicia de Dios por los pecados de toda la humanidad. Tenía legitimidad para llevarlo a cabo, como miembro de la humanidad; tenía capacidad para hacerlo, en virtud de Su naturaleza infinita y eterna —el valor de Su persona era infinito, y el valor de Su sacrificio también lo fue);
3) la Resurrección: este acontecimiento sella Su obra a plena satisfacción de la justicia de Dios, y certifica que junto con la satisfacción del pecado ha abolido su fruto: la muerte. Él es la cabeza de la nueva creación, que introducirá a su debido tiempo en su plenitud.

Así, la fe no es menos, sino mucho más que cualquier percepción de lo que es visible a nuestro alrededor. Así como la confianza en nuestros interlocutores es la única forma de conocerlos, para abrirnos mente a mente, corazón a corazón, persona a persona, así la confianza en Dios —en lo que Él es, en lo que Él ha hecho, en lo que Él nos comunica (y Su comunicación plena es en Jesucristo) es la única vía para conocerlo —por la FE tenemos el más grande de los conocimientos: el conocimiento personal, real, de Dios y de todo aquello que Él nos comunica, sobre nuestra historia, sobre nuestra necesidad, Su provisión y Sus planes para el futuro. Así, entonces, la fe es el medio más profundo de conocimiento. Desechando la mentira, que destruye la confianza y la comunicación como tal, es la única vía de conocimiento entre los humanos. Y de parte de Aquel que ni miente ni puede mentir, Dios, recibimos una comunicación para la restauración de nuestros corazones en fe a Él. Y podemos ciertamente fundamentar la fe en Aquel que habiendo muerto, resucitó, y que nos dice: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan, capítulo 14, versículo 6).
Santiago Escuain

miércoles, 30 de abril de 2008

En torno al Diseño Inteligente, el Darwinismo y el Creacionismo

«Un resultado imparcial sólo puede obtenerse declarando cabalmente y sopesando los hechos y los argumentos en los dos lados de la cuestión ...»

Charles Darwin,
El Origen de las Especies
por Selección Natural,
1859. (p. 18 de la Edición de Zeus, Barcelona 1970).

Cuando una cuestión no se conoce en todas sus dimensiones, a menudo los hechos aparentes se pueden interpretar de diversas formas. Un conocimiento superficial de los hechos relativos a fenómenos como, por ejemplo, la resistencia bacteriana a antibióticos, o de diversas plagas a los pesticidas, puede llevar bien a extrapolaciones darwinistas, bien a interpretaciones coherentes con la tesis del Diseño Inteligente (DI). Es el conocimiento detallado de los diversos mecanismos el que permite dilucidar las consecuencias; la conclusión de un examen riguroso es que no aportan nada constructivo ni relevante para un surgimiento de una NUEVA información genética o estructural. Más bien, se debe a mecanismos que o bien ya estaban programados para la defensa (activación de dispositivos previamente existentes en el organismo), o bien a la acción de mutaciones que causan reducciones de las capacidades genéticas y estructurales de los organismos afectados, o bien otras estrategias de defensa no generadoras de novedades genéticas (biopolímeros, etc.).
El aumento del conocimiento acerca de los detalles de los mecanismos de mutación no conduce a una conclusión de un mecanismo neodarwinista generador de novedades, sino en todo caso generador de una creciente reducción de la información y de la estructura de los organismos que las padecen. (Véase, por ejemplo, el artículo La resistencia de las bacterias a los antibióticos —¿un ejemplo apropiado de cambio evolutivo?)

Por otra parte, por lo que se refiere a la naturaleza de los fósiles, Edmund Ambrose reconoció, no hace tanto tiempo, que:
«En la actual etapa de investigación geológica, debemos admitir que no hay nada en el registro fósil que contradiga la perspectiva de los creacionistas conservadores, que Dios creó cada especie de manera separada, supuestamente del polvo de la tierra.»

Edmund Ambrose,
The Nature and Origin of the Biological World
New York:
(John Wiley and Sons, 1982), pág. 164.

DI en distinción a creacionismo

Cuando se dice que el DI no es creacionismo, que no apoya a una tierra reciente o que no da respaldo a la tesis diluvial o catastrofista como explicación de la trama geológica de la Tierra, se debe observar que ni respalda tales cosas ni las niega. Se trata simplemente de que el DI es un instrumento para determinar si se puede detectar un plan, un propósito deliberado, una intervención inteligente que ha sido causa de unos acontecimientos o que ha dado origen a unos artefactos que no se hubieran podido originar sin dicha acción inteligente (p. ej., el encadenamiento de únicamente L-alfa-aminoácidos para la formación de proteínas y el encadenamiento de solamente D-azúcares para la elaboración de las cadenas del ADN, el aislamiento y el encadenamiento de los componentes de todas las estructuras de la vida —toda una plasmación imposible mediante la acción en solitario de las leyes naturales en sistemas químicos naturales).

La determinación del DI, así, no examina ni contempla el CÓMO ni el CUÁNDO, sino que es un instrumento riguroso empírico para detectar el DISEÑO INTELIGENTE de sistemas especificados y complejos. Para la historia, el cómo, el cuándo, es preciso recurrir a los recursos históricos.

De modo que el DI hace una propuesta por una parte muy modesta, pero a la vez muy poderosa: la detección irrefutable del DISEÑO y de la plasmación de dicho designio en unas estructuras que manifiestan la realidad de un DISEÑADOR INTELIGENTE verdadero, y no la acción de fuerzas naturales, que se manifiestan impotentes para tal cosa.

Ahora bien, ¿qué razones hay para los ataques tan agrios que se han lanzado desde las barricadas del materialismo contra el DI? El célebre genetista de Harvard, Richard Lewontin, lo expresa de forma muy abierta, con unas palabras contundentes que recuerdan la campaña de Voltaire contra el Dios revelado y su clamor contra Dios con sus blasfemas palabras «Écrassez l’Infâme». Ver la cita de Lewontin en la barra lateral.

Como razona Darby en su ensayo «The Irrationality of Infidelity [La irracionalidad de la incredulidad]», Dios resulta así excluido. Y como dice Pablo en su Carta a los Romanos: «detienen la verdad con injusticia», y ello de modo que «no tienen excusa».

- El DI no es «creacionismo» entendido como sistema, como visión completa del mundo. Se limita a facilitar la identificación del DESIGNIO en un objeto o en un acontecimiento.

- El DI no comporta necesariamente creación por FIAT según se nos revela en Génesis —como tampoco la niega en absoluto: queda fuera de su campo. El DI es un factor común a toda tesis que afirme que una inteligencia ha tenido que planear, escoger, dirigir y plasmar sus creaciones mediante unas vías que no se limitan a las leyes o procesos naturales actuales. Es compatible con ciertas variedades de evolucionismo teísta y con las diversas posturas más directamente creacionistas (creacionismo progresivo, de tierra antigua, de tierra joven, etc.). Pero el DI, por sí mismo, NO es creacionismo por fiat. NI evolucionismo teísta. Es el instrumento objetivo, analítico, de detección de un designio plasmado en un diseño inteligente que sigue un plan preconcebido por el diseñador o planificador de dicho acontecimiento o de dicho objeto. ...

Richard Dawkins dice que «Darwin hizo posible ser un ateo intelectualmente satisfecho» —y efectivamente, el darwinismo y la síntesis neodarwinista no constituyen una empresa científica desapasionada para descubrir ninguna verdad, sino una empresa intelectual que intenta establecer y justificar una posición previa: el ateísmo, como lo reconoce abiertamente Lewontin (ver la cita en la barra lateral). Pero el entusiasmo de Dawkins era prematuro e injustificado. El darwinismo ha resultado ser una explicación fracasada para el origen de las especies, y también todos los intentos de explicar el origen de la vida misma desde una perspectiva materialista están en total bancarrota. Las características de la vida siguen proclamando en voz alta la realidad de un diseño NO aparente sino real, de una selección NO natural sino deliberada y consciente, guiada para un propósito y con plenitud de información para llegar a su fin. Se hace evidente un Designio, un Propósito, el Poder y la Deidad del Creador.

Diseño y Designio

En la naturaleza, el diseño no es aparente, frente a lo que dice Richard Dawkins, sino real; no es resultado de unos procesos ciegos, sino de una voluntad, de un propósito, de un plan, de Dios. Dawkins dice que «la biología es el estudio de cosas que parecen diseñadas para un propósito» —para Dawkins, la palabra clave es «parecen»— la apariencia está presente, pero a decir de él se trata de un espejismo. ¿En qué se fundamenta para su postura? Esta es la perspectiva interesada del Ateólogo.
«Ante una obra humana, cree saberse de dónde vienen las potencialidades que contiene y quién les ha dado forma; cuando se trata de un ser vivo se ignora y nadie lo ha sabido ni lo sabe, no más Darwin que Epicuro, Leibnitz que Aristóteles, Einstein que Parménides.
Un acto de fe puede él solo hacernos adoptar tal o cual hipótesis. Pero la ciencia no acepta ningún credo (o no debería aceptarlo), confiesa su ignorancia, su impotencia, para resolver el problema que estamos seguros se plantea y tiene una realidad.
Si investigar el origen de la información en un ordenador no es un falso problema, ¿por qué lo sería cuando se trata de la información contenida en los núcleos celulares?»
Pierre P. Grassé, La evolución de lo viviente,
Madrid, H. Blume Ediciones, 1977, pp. 16, 17.

Fundamentalmente —y en contra de los que dicen que se trata de una cuestión de fe contra ciencia, el debate del DI tiene lugar contra una postura de entrada dogmáticamente materialista (ver Lewontin), mientras que el DI establece el criterio para distinguir entre causas secundarias, la operación de la ley natural, etc., por un lado, y causas inteligentes (selección deliberada, actividad inventiva, generación de complejidad especificada), por el otro. El materialismo no puede pretender ser más de lo que es: un prejuicio ideológico, y no la medida final de la realidad, que no puede admitir esta restricción DE PRINCIPIO.
Santiago Escuain

lunes, 14 de abril de 2008

El origen de la vida – un problema irresoluble para el materialismo

Cuando hablamos del origen de la vida, nos referimos en realidad al origen de la primera unidad metabólica que se puede reproducir y perpetuar.

Antes de los grandes avances en microscopía y otras técnicas de observación, se creía que las células eran unas realidades relativamente sencillas, un protoplasma en cuyo seno se daban unas interacciones químicas que les daban sus propiedades dinámicas y reproductivas. No fue hasta que se pudieron observar las estructuras de la célula mediante microscopía electrónica de alta resolución y mediante otras técnicas que se llegó al conocimiento de que no se trataba de meras interacciones químicas más o menos sencillas, sino de complejísimas interacciones en las que todos unos sistemas de máquinas complejas sumamente miniaturizadas compuestas de piezas de material proteínico cumplían funciones muy específicas dentro de un gran complejo biológico-industrial, con sistemas de almacenamiento, traducción, transcripción y mantenimiento de información, de regulación y control de procesos, de captación, transformación y aplicación de energía, de entrada selectiva de materiales y de su transporte automatizado con sistemas codificados de identificación, con relojes y temporizadores para todos los ritmos de funcionamiento y operación.

Así, el problema del origen de un sistema vivo no se circunscribe meramente al origen de sus sistemas funcionales como tales, sino:

1) Si primero se formaron los sistemas por algún azar (sistemas de captación de energía, de conversión de energía, y de aplicación de la energía a funcionalidades),
2) entonces, ¿cómo llegaron estas estructuras proteínicas a quedar descritas en un sistema codificado de información soportado por el ADN
3) que después podría reproducirlas mediante el complejo aparato de transcripción ADN-ARN junto con todo el complejo de máquinas proteínicas codificado por su parte en el ADN?

Soporte de información e Información – una distinción necesaria

A veces existe la percepción inconsciente de que el ADN (el Ácido Desoxirribonucleico) ES la información genética, y que si se pudiese explicar la formación del ADN tendríamos resuelto el problema del origen de los códigos de la vida. Es necesario distinguir entre el soporte de la información y la información misma.
Un ejemplo lo tenemos en una onda de alta frecuencia, que no es información de por sí, y que se podría explicar como una emisión debida a un fenómeno natural. Pero una onda de alta frecuencia puede ser soporte de información, cuando una fuente de información (la voz humana, una fuente de música, etc.), modula bien su amplitud, su frecuencia o su fase por medio de unos dispositivos aplicados para este fin. Esto posibilita la comunicación de información de emisor a receptor.

Otro soporte de información es el papel y la tinta, que no explican por sí mismos el mensaje expresado por este medio; es la secuencia de letras la que da el mensaje, bien una novela, bien unas especificaciones técnicas para la construcción de una máquina. Lo mismo sucede con el ADN, que de por sí jamás podría explicar la secuencia de las bases químicas, que constituye unos códigos para unos fines determinados. Esto aparte de la incapacidad de ningún sistema meramente químico, sin dirección inteligente, para producir esta molécula.

La misma información se puede transferir de uno a otro soporte, de ondas electromagnéticas portadoras de un Código Morse (... --- ...) a letras sobre papel (SOS) o a código binario de ordenador o al alfabeto Braille. El mensaje, la información, es una entelequia que comunica unos significados y que puede cabalgar sobre diversos soportes, y que no es por tanto el soporte mismo, sino que es independiente de él.
Así, las cadenas de ADN no son información, el papel y la tinta no son información, la superficie de un CD-R no es información – pero sirven como medios para contener información. Se puede decir con estas palabras: El Quijote, de Cervantes, es mucho más que el papel y la tinta con que está hecho el libro. Hay otra magnitud además del soporte material: está el mensaje.

Así, lo que tenemos es información, que es generada por una mente, (1) bien para comunicarla a otra mente cuando ambas mentes comparten un mismo código, o tienen medios para traducir los códigos para hacerlos comprensibles de la una a la otra, o bien (2) para dictar instrucciones generadas por una mente para la consecución de unos propósitos especificados y aplicados luego por unos mecanismos capaces de recibir esta información y traducirla en resultados.

¿Qué fue primero – el huevo o la gallina?

De modo que el problema es: ¿Se formaron primero las máquinas proteínicas por azar? En tal caso, ¿cómo quedaron descritas y codificadas sobre el soporte del ADN y cómo se formó toda la maquinaria proteínica para la transcripción y plasmación de esta información para dar a su vez todas las estructuras proteínicas formadas al principio por azar?

¿O acaso se formó primero el ADN por azar, con los códigos de la vida? ¿Con todas las instrucciones para los diferentes componentes de la maquinaria celular, de captación, conversión y aplicación de energía, y para la identificación y el transporte de materiales a las diferentes partes de la célula, y también las instrucciones para las secuencias y la temporización de su montaje? ¿Y cuánto tiempo transcurrió hasta que se formó por azar toda la maquinaria para LEER estas instrucciones y aplicarlas de una manera funcional?

Y, mientras se formaba la maquinaria para poder emplear la información en este soporte de ADN, químicamente sumamente frágil, ¿cómo se explica la no degradación y disolución de una cadena de ADN cargada de información pero sin las proteínas y las enzimas necesarias para su protección, activación, reparación y reproducción?

Las alternativas

Las diferentes opciones que se han presentado por lo que se refiere al origen de la vida, al origen de la primera célula funcional, son las siguientes:
a. Azar + Selección Natural
b. Ley natural determinista
c. Dirección personal inteligente
a. Azar + Selección Natural

Un argumento que usan los materialistas es que no se puede comparar la maquinaria de la vida, con toda su complejidad, con las «verdaderas» máquinas inventadas y hechas por los hombres, «porque las máquinas hechas por los hombres no se reproducen, y es la capacidad que tienen de reproducirse lo que hace que los seres vivos puedan evolucionar mediante la selección natural». Pero este argumento es totalmente falso en relación con el origen de la vida: No se trata solo del hecho de que todas las máquinas de las células, que son verdaderamente máquinas más que microminiaturizadas, son de una complejidad exquisita y que están coordinadas en sus funciones en tiempo y ritmo para sistemas de tratamiento, traducción y transcripción de información. Se trata también de que la reproducción de la célula no puede darse HASTA QUE TENEMOS LA CÉLULA COMO UN TODO. Por tanto, el materialista no puede aducir ninguna diferencia entre la maquinaria de la célula y la maquinaria inventada por el hombre «porque se trate de sistemas vivos». No existe vida biológica hasta que existen todos los sistemas informáticos con toda su maquinaria, tanto la información misma contenida en su soporte material de ADN, transcrita luego por todo un conjunto de maquinarias constituidas por piezas específicas de proteínas que luego traducen esta información para la elaboración de los materiales necesarios, y como instrucciones de posicionamiento y direccionamiento de los materiales, y para la temporización y regulación de las diferentes funciones celulares y organísmicas de la vida. Se precisa de un sistema completo para que las complejísimas funciones de la vida puedan COMENZAR A EXISTIR. El paralelismo del origen al azar de una célula se debería hacer con el de un conjunto industrial automatizado de una complejidad tal que se pudiera reproducir a sí mismo, desde todas las bases de datos con todas las especificaciones completas de todas las maquinarias, sus ubicaciones, los materiales que han de recibir y cómo deben proceder con ellos, y del mantenimiento mismo de todo el conjunto, hasta las maquinarias mismas y todo su entorno, conexiones, sistemas de captación, transformación y aplicación de energía, sistemas de regulación y control de los procesos, tolvas de entrada y compuertas de salida de materiales específicos, etc.

De modo que el materialista no puede soslayar el problema real que se le plantea del origen de estas máquinas con la afirmación de que «son sistemas vivos», porque dichos sistemas vivos no existen hasta que no tenemos la existencia integrada de todo este sistema informático con todas sus máquinas, en el que las máquinas proteínicas están codificadas en el ADN, pero en el que el ADN no puede expresar su información aparte de la acción de todas estas máquinas proteínicas.

En el binomio «Azar + Selección Natural», por mucha importancia que se atribuya a las «presiones selectivas» para dar la impresión de que dicha presión impulsa al surgimiento de nuevos órganos y de nuevas funciones biológicas, se debe reflexionar que la selección, natural o artificial, solo puede operar sobre aquello que ya existe, y además que solo puede operar con entidades que ya se reproducen. Por tanto, la selección natural solo puede existir cuando la célula viva ya existe y se reproduce. Por ello mismo no puede invocarse como causa para su origen. Evidentemente, la selección natural no podría actuar para escoger los componentes necesarios para la formación del complejo sistema reproductor de la célula, al no existir todavía la imprescindible función reproductiva. En este caso se trata de la formación de todo el conjunto integrado de la primera célula por puro azar. Y el azar queda excluido.

b. Ley natural determinista

Durante las primeras décadas de las especulaciones acerca de cómo se hubiera podido formar una primera célula viva por procesos puramente materialistas, hubo un sector de materialistas que expresó la convicción de que las leyes naturales mismas hubieran llevado a la formación inevitable de la vida. Entre otros, Kenyon y Steinmann expresaron esta postura en su libro Biochemical Predestination (Predestinación bioquímica). En la actualidad todavía se expresa esta idea con el concepto popularizado de que si las condiciones son idóneas, la vida surgirá de forma necesaria. La idea es que si encontrásemos un planeta o un satélite con condiciones «terráqueas», podríamos esperar encontrar vida, naturalmente formada por estas mismas leyes naturales, según se supone.

Pero la realidad es que las propiedades de los sistemas químicos IMPIDEN la acumulación de los componentes necesarios para la vida, e incluso no solo la acumulación, sino también incluso la formación de dichos componentes (ADN, cadenas polipeptídicas, etc.), por no hablar de todo el montaje de los componentes en sistemas dinámicos coordinados de máquinas proteínicas lectoras de código, correctoras de mutaciones, transcriptoras, reguladoras, constructoras, y de captación, transformación, aplicación y regulación de energía, de transporte automatizado de materiales, etc. Las leyes naturales son impotentes para explicar el origen de la vida. Más aun, lo impiden en ausencia de una acción deliberada, bien inmediata o mediada, porque actúan en dirección contraria; no son integradoras, sino desintegradoras.

c. Dirección personal inteligente

Así como el conjunto de componentes mecánicos, eléctricos y neumáticos, estáticos y dinámicos, de un sistema coordinado y automatizado de máquinas, no se puede explicar mediante el azar ni por las leyes de la materia (aunque cuando todo el conjunto ha sido construido inteligentemente, sigue ciertamente las leyes físicas y químicas), las estructuras bioquímicas y su encadenamiento no se pueden explicar tampoco por el azar ni por la acción de la ley natural. Todo ello es expresión de un ingenio inventivo para conseguir un fin determinado; todo ello habla de una Mente, y más todavía, de una Mente Creadora llena de propósito: de la Deidad y del Poder de Dios.

Negación – no refutación
----El materialismo como idolatría

Los que niegan a Dios Su capacidad y poder para crear acaban, muchos de ellos, atribuyendo esta cualidad a aquello que objetivamente no la tiene —al universo (por ejemplo, Sir Fred Hoyle [El Universo Inteligente], De Duve [Polvo vital], a los sistemas fisicoquímicos, etc.

De modo que niegan a Dios el ser, la sabiduría y el poder, y atribuyen todo esto a la [N]aturaleza, «la Madre Naturaleza», etc. Niegan a Dios la adoración que le pertenece y adoran al ser creado, lo que con justicia denuncia la Escritura como un pecado capital de una cultura que se ha levantado en rebelión contra Dios:
«Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, ... ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.»
(Romanos 1:18-22, 25.)

Santiago Escuain